La joven Berlín.

Montaje fotográfico sobre Berlín: http://www.youtube.com/copynotice?video_id=2lUvmgUqgwc
La joven Berlín.

Dia 4. 14 de julio, jueves
Recorrido: Visita a Berlín: East side Galery (muro), Alexander platz, Postdamer platz, Checkpoint Charlie, Puerta de Branderburgo, Tiegarten, Memorial del Holocausto y Reischstag.
Km: 0
Pernocta: Area de Spandau. 52º33.197’N;13º 2.022’E . 14€

Aunque me he despertado pronto, he retomado el sueño y me he quedado dormida hasta las 8,20. Nos levantamos rápido y después de pagar el área nos disponemos a comenzar nuestra brevísima visita a la ciudad. Son ya las 9,30. El día ha amanecido gris y como por la noche ha estado lloviendo pensamos que lo mejor para Tula era dejarla en la autocaravana. Si rompía a llover sería muy molesto para ella y más para nosotros, con planos, paraguas y perro.

El autobus M-45 a 50 metros de la puerta, nos lleva en un abrir y cerrar de ojos a Spandau. Compramos el billete de 24 h para todos los transportes al mismo conductor que nos cuesta 6,30. Como hemos comprobado que no todo el mundo habla inglés e que incluso hay gente joven que lo habla con escasa fluidez, llevamos en un impreso señalado el tipo de billete que queremos. Pero el primer problema nos surge en Spandau, ya que decidimos meternos en el primer agujero que vemos. Al preguntar, resultó que estábamos en el “U”, es decir, el metro y éste daba mucha vuelta para llagar a Ostbahnhof. El señor que nos atiende habla un inglés muy fluido –parecía una ametralladora- y yo tenía el “chip” a media potencia por lo que me costó comprenderle. Al parecer, teniamos que ir al “S” o tren de cercanías. Más tarde comprendimos que son redes independientes que cruzan de lado a lado la ciudad y que tienen entradas también distintas e independientes y que, a diferencia de Madrid,
también el tren de cercanias tiene varias líneas que entran y cruzan por varios sitios el centro de Berlín resultando muy similar al metro o “U”.

En poco más de 40 minutos llegamos a Ostbahnhof. Nos sorprende aquí, así como en toda la ciudad, que no hay indicaciones. NINGUNA. Así nos vemos obligados a preguntar casi permanentemente. El muro está frente a la salida de la estación. Se conserva 1,300 metros y se conoce como la “East Side Gallery” (Galería de la parte oriental). Aquí se expone una impresionante colección de murales o “grafities” de 118 artistas de 21 países diferentes. Es la mayor galeria de arte al aire libre del mundo y en 1992 se declaró patrimonio artístico.



Siempre fue difícil evitar su deterioro. Ya poco después de haber sido pintados, los dibujos necesitaron ser restaurados. Muchos fueron pintados con pinturas inadecuadas y sin aplicar una capa de fondo sobre el hormigón por lo que fueron víctimas de las inclemencias del tiempo. Otros fueron cubiertos con graffitis. Solamente algunos pudieron ser restaurados apropiadamente.

Lentamente vamos recorriéndolo y admirando las pinturas. Estamos ahora en la parte o
riental de la antigua Berlín. Hay algunas que nos llaman especialmente la atención, bien por haberlas visto anteriormente fotografiadas en diversos medios, como la famosa del cochecito típico del Berlín oriental atravesando el muro o el beso entre Brezhnev y Honecker, o por su mensaje como un mural que en varios idiomas dice: “muchas pequeñas personas, que en muchos pequeños lugares hacen muchas pequeñas cosas que pueden alterar la faz de la tierra” y otras muchas que nos atrapan por unos u otros motivos diferentes. El muro en sí tiene un significado
especial. Yo he crecido con este muro. En mi memoria se conservan retazos de noticias y comentarios sobre él y he sido testigo a través de la televisión de su desaparición, cuando incrédula contemplaba las imágenes de la gente subida a él sin saber muy bien qué estaba ocurriendo y cual era el significado de todo aquello. Si a esa parte de la historia, que forma parte de la mía, de la nuestra, sumamos el arte y el mensaje, se hace más especial aún.

Al final una tienda de recuerdos que tiene pintadas algunas caricaturas entre ellas la de la famosa foto del soldado soviético abandonando su puesto y pasando a la parte occidental, vende en su interior recuerdos diversos y trozos de muro.

Luego nos asomamos al precioso puente Oberbaum, del siglo XIX, de hormigón armado recubierto de ladrillo rojo. Este puente permaneció cerrado al tráfico durante unos 12 años por comunicar barrios de lados opuestos del Muro y unicamente podían utilizarlo los peatones con la documentación necesaria. Actualmente, después de la reunificación, el puente ha recuperado su función.

Casi a las 12 tomamos de nuevo el tren para dirigimos a Alexanderplatz, que antiguamente albergó un mercado de ganado y lana para convertirse en uno de los puntos más ajetreados de la ciudad. La 2ª guerra mundial la privó de muchos de sus edificios y actualmente presenta construcciones anodinas de los 60 con la figura de la torre de la Tv al fondo recortándose en el cielo. Está llena de vida y de gente y es espaciosa y muya amplia.

Nos sorprenden los grandes espacios, abiertos y los modernos edificios y construcciones así como las grandes distancias entre un sitio y otro.

Con un solo día nos vemos obligados a desplazarnos en transporte publico y eso hace que me desoriente mucho. Así tomamos ahora el metro hacia la isla de los museos con intención de echar un brevísimo vistazo al museo del pérgamo. Haciendo caso a la guia de El País, nos bajamos en una estación que resultó estar muy alejada de este punto. Entre la desorientación y la lejanía perdimos tiempo dando vueltas, por lo
que decidimos dejar este museo para una visita más tranquila en un futuro y nos dirigimos a la Postdamer platz, presidido por el edificio del Sony center .

El espacio que hoy ocupan varios edificios modernistas, fue antaño una plaza activa y bulliciosa convertida, después de la 2ª guerra mundial en un espacio abandonado y vacío, en tierra de nadie junto al muro de Berlín. Pero con la reunificación fue reorganizado por varias multinacionales siendo el mayor proyecto urbanístico de la ciudad hasta la fecha.

Teníamos intención de subir a la última planta para disfrutar de vistas, pero no se podía y nos enviaron a otro frente a éste que cobraba 12 euros por persona. Dimos la vuelta atraídos por la original y enorme cúpula de cristal y acero del Sony Center y nos dejamos sorprender por este lugar.Esta gigantesca cúpula es traspasada por la luz solar que ilumina comercios y terrazas de cafeterías y bares instalados en su interior y mezclados con vegetación. Es una joya de la arquitectura moderna.

Nos detuvimos especialmente en los restos del antiguo restaurante Kaisersaal, tras una fachada de cristal. Fue uno de los mejores de la ciudad, símbolo del lujo de la preguerra en Berlín y casi destruido durante la 2ª guerra mundial.

Y de aquí nos dirigimos hacia el checkpoint charlie, aparentemente cercano en nuestro mapa pero una vez más, nos sorprenden las distancias y el camino se hace largo.

Una vez allí una multitud recorre las proximidades llenas de fotografías con historias de la época del muro. Actualmente hay una reproducción de la garita con sacos incluidos y dos soldados que por 2 euros se hacen fotografias con los turistas y una enorme señal en el lado oeste que anuncia en varios idiomas“Usted está abandonando el sector americano” y otro en el lado este que dice “usted esta entrando en el sector americano. Portar armas esta prohibido. Obedezca las reglas de tránsito” En otro lugar, ponen un sello al pasaporte. Hay también dos grandes fotografías de un soldado estadounidense y otro ruso.

La verdad es que da cierto aspecto de “circo”, pero frente a la aparente frivolidad de todo este montaje, en las vayas próximas a este “punto” caliente hay expuestas numerosas fotografías de la época que muestran la evolución, desde la inexistencia del muro con solo una garita, hasta la construcción de él, así como hechos históricos, o formas curiosas de atravesarlo. Todo ello nos transporta 20 ó 30 años atrás aislándonos en cierto modo de todo este “espectáculo” y algarabía .

Entre 1961 y 1990, este era el único punto de paso para los extranjeros entre los “dos Berlines”. Fue un símbolo de la libertad y la separación para muchos alemanes, testigo de muchos eventos dramáticos durante la guerra fría, incluido el enfrentamiento entre tanques soviéticos y americanos en el año 1961..

A veces resulta difícil saber si te encuentras en la antigua parte oriental o en la occidental, lo mismo que nos ocurrió cuando estuvimos paseando por el muro.

De aquí tomamos el metro y luego el tren para dirigirnos ahora a la puerta de Branderburgo. De camino a ella, no pudimos resistirnos a entrar en una tienda que entre otras muchas cosas, sobre todo libros, tenía fotografías históricas de la ciudad. Y nos impresionó una panorámica de la puerta después del bombardeo aliado: no quedaba nada en pie, excepto la puerta de Branderburgo mordida de agujeros. Absolutamente impresionante, lo que nos hace recordar que tan solo hace 62 años esta ciudad fue reducida a escombros.

En otra tienda en la que entramos había un turismo típico de la Alemania del este en el que se podía entrar y fotografiarse. Y no pude resistirme y me comporté como lo que era: una guiri.

Continuamos nuestro paseo hasta que frente a nosotros apareció la magnífica y cargada de historia puerta de Bradenburgo, cuajada, al igual que el checkpoint charlie, de turistas. Pero aquí hay un cierto “halo” y ambiente que la envuelve y dota a todo el conjunto de un encanto especial. Esta llena de vida, colores y alegría. Diferentes formas de transporte, cada cual más ingeniosa, desde los coches de caballos pasando por bicicletas biplazas, otras similares a taxis hasta esas que son circulares y todos pedalean girando, salpican esta histórica plaza. También abundan los espectáulos callejeros: estatuas o gente estraña que cobra por fotografiarse contigo disfrazada de ratón mickie, un pollo o soldados alemanes. Todo a nuestro alrededor despierta nuestra curiosidad y el marco es incomparable. Símbolo de la ciudad por excelencia, del siglo XVIII, flanqueada por pabellones utilizados antes por los agentes de aduanas.Frente a nosotros está esta imponente puerta coronada por la cuadriga que originalmente simbolizaba la paz y que tras ser trasladada por Napoleón a París y regresar a la ciudad, fue declarada símbolo de la victoria.

Esta puerta ha sido testigo mudo de numerosos eventos históricos, desde desfiles militares que marcaron el nacimiento del tercer Reich y el ascenso de Hitler al poder, hasta el alzamiento de la bandera rusa al final de la 2ª guerra mundial o la muerte de 25 trabajadores en 1953 cuando exigían mejoras en sus condiciones de trabajo. La contemplamos desde lo que fue el Berlín oriental y al fondo aparece una gran avenida y una masa verde, el Tiegarten, que formaba parte de la antigua Berlín occidental.

Ya a las 15,30 decidimos que era hora de comer y degustamos unos bocadillos sentados a la sombra en un banco del Tiegarden, el parque más grande de la ciudad de más de 200 hectáreas, destruido durante la guerra y repoblado después de ella. Alli vimos como había gente que buscaba en las papeleras botellas de plástico, gente aparentemente normal, sin pinta de mendigos, lo que también se repitió en algunas estaciones de metro, incluso por gente joven.

Después de comer fuimos al memorial del holocausto, muy cercano a la puerta. Se

trata de un espacio de 19.000 metros cuadrados en donde se levantan cubos de cemento de diferentes tamaños formando pasillos abiertos cruzándose unos con otros. Se construyó en el 2003 en memoria de los judíos asesinados por los nazis. Se puede pasear entre estos bloques de cemento que forman una ondulante estructura. Sin embargo, no está permitido subirse a ellos, ya que me llamaron la atención cuando me encaramé a uno para hacer fotografías.


De aquí, en nuestra casi carrera contra el reloj, nos dirigimos al Reichstag que no puede visitarse si no se ha reservado a través de internet. En nuestro camino pudimos contemplar la marca con adoquines en el pavimento señalando lo que anteriormente era el muro. Una gran explanada verde llena de gente joven tomando el sol, se abre a este impresionante edificio rematado con una cúpula de cristal y acero moderna que no desentona con el conjunto. Fue construido para albergar el parlamento alemán y surgió como símbolo de la unidad nacional. Este edificio se convirtió en un marco espectacular para la celebración de conciertos de rock multitudinarios para desesperación de las autoridades de la Alemania del este. Desde la caída del muro alberga también a la cámara baja del Bundestag (parlamento federal) y un moderno salón de congresos coronado por la cúpula elíptica recorrida por una galería panorámica


De regreso hacia el metro, atravesamos una parte del Tiegarten disfrutando una vez más de espectáculos callejeros desenfadados, como una joven haciendo gigantescas pompas de jabón.

Decidimos hacer lo que sería nuestra última parada para ver la.Kaiser Wilhelm iglesia destruida en los bombardeos y de la que se ha conservado solo la torre frontal en ruinas. Nuestro sentido de la orientación vuelve a fallarnos y una vez más, equivocamos el sentido. Después de preguntar, tuvimos que volver sobre nuestros pasos y además, tuvimos muy mala suerte ya que cuando llegamos vimos que la torre se encontraba cubierta por una lona y no pudimos ver nada de su exterior, aunque sí algo de su interior en el que contemplamos algunos mosaicos originales junto a la escalinata. La amplia y espaciosa plaza en la que se encuentra está llena de comercios y mucha vida..

Y aquí dimos por terminada nuestra brevísima visita a esta ciudad que ha causado una impresión muy positiva en nosotros. Ya nos habían comentado quienes la conocían que era una ciudad bonita. Y estoy de acuerdo con ellos. Sobre todo, es moderna, luminosa, limpia y alegre. Es una ciudad joven, con mucha gente joven, abierta y bulliciosa y sus gentes amables, ingeniosas y serias, pero quizás distan un poco de la idea que tenemos del carácter alemán, rígido, estricto y cuadriculado.

Ya hacia el área, a descansar. Pendiente, la isla de los museos, y mil cosas más para otra visita mucho más tranquila, pero al menos ha sido suficiente para tomarle el pulso a esta dinámica, viva y joven ciudad, abierta y luminosa. Pocas capitales europeas me quedan ya por visitar, y ésta era una de ellas. Me ha sorprendido su modernidad, su juventud, su vida...

Durante nuestro regreso podemos admirar la modernidad de algunas instalaciones del
metro y tren y la precisión y complejidad de la red de transporte público.Al llegar poco después de las 18,30 nos esperaba Tula dando saltos de alegría. Al igual que hicimos por la mañana, y pese a nuestro cansancio, nos acercamos a un parque cercano donde hay una hermosa explanada para que pudiera correr. Nos sentamos en un banco y curiosamente lo que más la apetecía era nuestra cercana compañía, ya que decidió dar un al salto y sentarse en medio de los dos. En el área hay bastantes más autocaravanas que ayer y los aviones parecen haber disminuido su actividad, o nos hemos acostumbrado, ya que no nos resulta tan molesto como ayer.


En noviembre del 2013  realizamos otra visita a la ciudad, ésta de tres días de duración ya que nuestro hijo pequeño disfrutaba de una beca Erasmus de 6 meses.  Intentaré omitir  datos no relevantes y centrarme en lugares visitados por si alguno de los lectores dispone de varios días para visitar la ciudad.,

Viernes, 22 de noviembre de 2013
Salimos de Madrid -Barajas a la hora en punto en un vuelo fletado por Easyjet que tres horas después tomó tierra en el aeropuerto de Shoenfield. Solo con equipaje de mano nos dirigimos a la estación de metro donde en tan solo 20 minutos un tren nos llevaría hasta la estación de Shoneberg cercana a  donde yo había alquilado un pequeño apartamento de dos plazas en Haupstrase por 200 euros 4 días, precio que me pareció asequible.

Después de hacer una buena cola que fue la causante de que perdiéramos nuestro primer tren, compramos dos billetes sencillos en las máquinas que tienen varios idiomas, entre ellos el español. En poco tiempo llegó otro tren y pusimos rumbo a nuestro destino. La temperatura era fresca y no puedo definirla como fría.

El tren era directo e  íbamos ya con algo de retraso. Cerca ya de las 24,00 h y a unas dos paradas de nuestro destino entraron en el vagón un controlador junto con dos “gorilas” como armarios roperos pidiendo los billetes. Y los nuestros, como los de otra pareja española, estaban sin “validar”. Yo había leído que había que hacerlo, pero no vimos ninguna máquina para ello en el andén y no lo hicimos. Así que nos pidieron el pasaporte, tomaron nota de nuestros datos y  nos sacaron del vagón obligándonos a validar los billetes allí mismo. Resultado: tener que esperar otros 20 minutos al siguiente tren. Yo me enoje, más que mucho, pese a que Angel intentó tranquilizarme diciéndome que si quería encontrarme en una comisaría a esas horas de la noche. Cuando se fueron no paré de llamarles  mentes estrechas y cuadradas...así son ellos, y que me perdone si algún alemán lee este relato y se siente ofendido.

Tras este primer incidente tomamos el siguiente tren pero a una estación de nuestro destino, vemos que todo el mundo se baja. Extrañados, hacemos lo mismo. Y nos dicen que debemos esperar el siguiente tren. Sin comprender, obedecemos. Sin tardar mucho en llegar, en poco tiempo salíamos de la estación para dirigirnos al apartamento a donde llegamos en escasos cinco minutos.  Luego supimos de varias obras que se estaban llevando a cabo en la ciudad y que originaban cortes en diferentes líneas de metro y tren.  Ya frente al portal no podemos entrar, por lo que tenemos que hacer una llamada telefónica tras la cual accedemos a él sin dificultad.  A la puerta del apartamento nos esperaba su dueño, un pequeño y locuaz alemán. El interior era sencillo, y aparentemente  muy luminoso  ya que había un enorme ventanal de pared a pared a través del que se tenía una bonita vista nocturna de esta parte de la ciudad, y además parecía tranquilo. Eran más de la 1,00h y tengo pocas ganas de historias, pero este hombrecillo parecía inagotable, en contra de la opinión que tenemos de los alemanes, ya que él es bastante comunicativo. Nos dió información valiosa como la de los autobuses y su destino, le pagamos y nos dispusimos a dormir. Serían ya las 2 de la mañana fácilmente y a las 6,30 del día siguiente ya estaba despierta.

Acusaría el cansancio a lo largo del día, ya que la mañana del día anterior me había despertado también muy pronto, a las 5,30 y después de trabajar me había ido a nadar, comido muy tarde y continué con los preparativos del viaje.

Sábado 23 de noviembre de 2013.

Conseguí dormir un poco más y a las 8,30 nos levantamos. El día amaneció gris, supongo que típicamente del otoño berlinés. Nos desperezamos y bajamos a comprar un poco de leche y  algo un poco más sólido para desayunar antes de reunirnos a las 9,30 con nuestro hijo. Ansiosa nos dirigimos a su encuentro en la calle y cuando lo ví me abracé a él estrujándolo con fuerza. Y me dejó, lo cual no era muy habitual en él. Luego nos dirigimos a conocer su residencia, en un lugar muy tranquilo al sur de la ciudad y  a partir de aquí decidimos comenzar una breve visita a Berlín, a los lugares por donde no estuvimos dos años atrás. De nuestro encuentro decir quizás lo que la mayoría de las madres decimos o vemos cuando nuestros hijos marchan de casa la primera vez: que estaba más delgado y que el lugar, aunque tranquilo y agradable, no dejó de parecerme frío.
Juntos nos dirigimos   hacia los Tiergarten, ya que en otoño nos dijeron que estaban especialmente deliciosos y el tiempo ya a esta hora de la mañana no daba para más ya que habíamos quedado a las 14 horas para comer en un restaurante en  la Potsdamer Platz con mi hermana y una amiga que estaban también visitando  desde el jueves a su sobrino y de paso  la ciudad. Pudimos comprobar que las obras alemanas no se reducen sólo a las autopistas, sino que estaban en el mismo corazón de la ciudad afectando a varias líneas de metro y de tren, y no solo a las periféricas ya que para ir y volver de la residencia de Raul tuvimos problemas. En Potsdam tuvimos que bajar y tomar un autobús que nos llevó a Friedestrase para después deshacer andando el camino hacia los jardines aunque disfrutamos de nuevo, no solo de las vistas, si no de la animación de la  puerta de Brandemburgo por la que pasamos. Es curioso, pero para ser noviembre no estaba muy distinta del mes de julio: manifestaciones, en este caso de los griegos, también de los afganos en el otro lado de la puerta y luego, al igual que en el verano, todo tipo de  gente disfrazada para hacerse una foto con ellos. La atravesamos y nos dirigimos a los jardines  que estaban espectaculares. No hacía demasiado frío así que el paseo resultó muy agradable disfrutando de todas las tonalidades de colores entre verdes, amarillos, naranjas y rojos con que el otoño pinta esta época del año.

De aquí nos fuimos paseando al lugar acordado para comer tomando el relevo para mostrar a nuestro hijo el Sony Center que no lo conocía...y nosotros de navidad tampoco. Estaban ultimando las decoraciones, luces, figuras de tamaño natural hechas con piezas de lego, árboles...precioso,  y es que tienen un gusto exquisito para estas cosas. Y en la misma plaza comprobamos que habían comenzado ya con los mercadillos navideños ya que estaba cuajada de numerosos puestos donde vendían de todo, desde comida de todo tipo, hasta artesanía variada y regalos. Podíamos haber comido  en la misma calle, como hacían ellos, unas buenas salchichas e incluso codillo. Tenían en algunos sitios fuegos para calentarse, pero estábamos cansados y yo personalmente necesitaba sentarme así que nos dirigimos a Vapiano, lugar recomendado por una compañera cuyo hermano había vivido en Berlín unos años.
Postdamer. Sony Center

Y allí nos encontramos con mi hermana y su amiga. El sitio era curioso. Las mesas, elevadas, tenían capacidad para seis personas, pero eran compartidas, aunque nosotros, al ser cinco la ocupamos por completo. Y es que, pese a que para ellos la hora de comer se había pasado bastante,  estaba lleno de gente, a rebosar, con problemas para encontrar donde sentarse, lo que confirma lo que siempre decimos: que la capital de un país recoge multiculturalidad reflejando poco del país en sí. Pedimos unas pizzas y unas ensaladas muy buenas para luego continuar nuestro camino cada “grupo” por su lado. Nosotros  pusimos rumbo a la isla de los museos a ver el del Pérgamo, Raul regresó a su residencia y mi hermana y su amiga se fueron a un concierto.

Pero cuando nosotros llegamos alrededor de las 16...no quedaban entradas para el museo....!!!. Así que yo pregunté y compré la mía para el día siguiente, entre las 15,30 y las 16,00h y nos fuimos al Nuevo Museo que de no ser por unos sarcófagos, alguna que otra pieza y algunas paredes de templos, pero sobre todo y motivo principal de nuestra visita,  el busto de la reina Nefertiti, resulta ser  un auténtico plomazo, aunque tengo que señalar que a mí no me gustan los museos lo cual puede sesgar algo mi opinión sobre éste.
Nuevo Museo

El busto de Nefertiti....espectacular. Difícil describirlo. Aquí me detuve unos 5 o 10 minutos largos, admirándolo desde todos los ángulos. No solo debió de ser muy hermosa, sino que el escultor supo extraer toda la belleza y elegancia que esta reina poseía. La visita a este museo está justificada únicamente por esto.
Cuando salimos la noche había caído con toda su oscuridad  y pasear por la ciudad resultó delicioso. Las iluminaciones eran tenues y agradables. Nos dirigimos al Reistag ya que habíamos reservado  por internet la visita para la mañana pero por casualidad comprobamos que había sido cancelada. Según nos dijo Raul eso lo pueden hacer sin problema, así que  habíamos programado  otra para las 18,45h. Tomamos el metro y nos bajamos en Friedrichtrase desde donde fuimos andando a orillas del río hasta este emblemático edificio. El frío se había hecho ahora algo más intenso y de vez en cuando corría una brisilla que cortaba.
Reistag
Llegamos antes de tiempo, pero estábamos muy muy cansados así que pese a saber que son cuadriculados intentamos entrar antes. Pero al llegar nos encontramos con otra sorpresa: no aparecíamos en la lista; la joven que nos atendió buscó por todos los lados y nos preguntó si lo habíamos confirmado. Le contesté afirmativamente, pero al parecer nos faltaba el TERCER o tercera confirmación, que no teníamos. Pidió excusas y nos dijo que lo intentáramos al día siguiente a lo que yo algo enojada le contesté que no, que era ya la segunda vez, que por la mañana ya la habían cancelado y que además nos íbamos, -curioso como se me desata la lengua en inglés cuando me
enfado- así que la joven se apiadó y  habló con un compañero que accedió a que entráramos. Vaya. Sorpresa. Debió ser la “globalización del carácter” por que de no ser así nos habríamos quedado sin verlo. El día no había sido bueno.

Pasamos los controles y nos introdujimos en el edificio, en la cúpula de cristal, que realmente es espectacular y bien merece una visita, no solo por las vistas que se contemplan desde dentro, si no por toda la arquitectura interior. Preciosa y visita totalmente aconsejable. 
La cúpula de cristal se encuentra situada directamente sobre la Sala de Plenos del Parlamento. Rediseñada por el arquitecto Norman Foster para la reconstrucción del edificio, pretende ser un elemento simbólico con el que queda patente que ese lugar es el centro de la democracia parlamentaria y el pueblo desde la parte superior puede ver que todos los asuntos son llevados con claridad.

Y después ya, al borde casi del desvanecimiento, nos fuimos para el apartamento tomando el M85 que en escasos 20 minutos nos dejó a la puerta. Un poco después vino nuestro hijo quien nos hizo una demostración de sus dotes culinarias disfrutando de la deliciosa cena y de su compañía para irnos a dormir no muy tarde ya que yo…una vez más, estaba al borde de entrar en estado comatoso.

Domingo, 24 de noviembre

El día amaneció igual de gris que el anterior. Desayunamos y esperamos a que nuestro hijo llegara. Habíamos acordado que Raul y yo dedicaríamos la primera hora de la mañana a visitar un mercadillo ubicado en la zona Este de la ciudad y Angel aprovecharía para visitar el museo de Pérgamo hasta que le llegara la hora de ir al aeropuerto, aunque fuera tirando del equipaje, pero el museo tenía que verlo después de tantas recomendaciones. Así todos juntos nos dirigimos en autobús a la Alexander Platz donde Angel se despidió de nosotros que tomamos el metro hacia nuestro destino.

Después de andar un poco cuando llegamos no había ningún puesto y al preguntar le  dijeron a Raul que no celebraba al ser hoy el “día del pueblo”. Debatimos sobre qué hacer hasta las 12,30 en que comenzaba la visita a  la Berliner Unterwelten o los bunker  y al no localizar ningún lugar de interés cercano, nos dirigimos hacia  la estación de metro de Gesundbrunnen donde se encuentra localizado este lugar. Al salir vimos una pequeña montaña que identificamos como la famosa “montaña de basura”, pero decidimos primero localizar las oficinas que estaban unos 100 metros hacia el parque, después de la parada de taxis y de autobús, junto al restaurante Bella Jtulia dejando atrás el centro comercial. Cuando llegamos, a las 11,30 comenzaba un tour en inglés y había mucha cola, así que decidimos, dada la experiencia con el museo del Pérgamo, comprar las entradas ahora. 10 euros seleccionando el tour número 3 de los cuatro, más recomendado en las lecturas  que hice  y que incluye el metro, bunker y guerra fría,
Montaña de escombros

Cayendo una fina lluvia, la “calabobos” nos encaminamos a esta montaña de basura o de escombros. Leímos que los planes de Hitler para la defensa de la población civil incluían la construcción de fortalezas antiaéreas y lo que íbamos a ver eran los restos de dos de los siete niveles de una torre de una de las fortalezas. Ascendimos por un bonito parque, con frío y fina lluvia hasta coronar y disfrutar de una bonita vista, aunque nada espectacular, para después dirigirnos a nuestro punto de encuentro a las 12,30 donde comenzaría la visita encontrándonos allí con mi hermana y su amiga. Y menos mal que habíamos comprado las entradas porque ya no quedaba ninguna y más de uno decepcionado tuvo que darse la vuelta.
Bunker

Puntualmente apareció nuestra guía, una simpática, inteligente, y aguda sudamericana que hizo muy amena y divertida nuestra visita, primero por un auténtico bunker de la 2ª guerra mundial, para después pasar a través del metro a lo que sería o fue un bunker creado por los franceses durante la guerra fría para guerra biológica, química y nuclear. Realmente curioso. 

Durante una hora y media circulamos por pasillos, cámaras y diversas estancias preparadas para alojar a población civil en caso de una catástrofe nuclear y luego introducirnos por una pequeña puerta en la misma estación del metro a este bunker
de la guerra fría, para mí, lo más curioso de toda la visita, quizás por su cercanía en el tiempo y casi perfecto camuflaje. Parecía que estábamos en el centro de estas populares películas americanas sobre catástrofes, con la diferencia de que este lugar y lo que había ocurrido en torno a él, había sido real, y tan solo 30 ó 40  años atrás. Y una vez más podemos comprobar que la realidad supera claramente a la ficción.  
Generador bunker

La visita, al menos este tour, muy recomendable. Y añadir que por un comentario de nuestra guía nos enteramos de qué son esas tuberías enormes de colores que circulan por la ciudad. Resulta que Berlín tiene un nivel freático muy bajo por lo que en el momento en que se excava, mana el agua que debe ser evacuada, lo que se hace a través de estas enormes tuberías. Los colores no lo tengo tan claro aunque parece que no tienen ningún motivo especial y responden a los que más les gustan a los niños.

(No se permite hacer fotografías por lo que proceden de internet)

Salimos a las 14,00h rumbo al barrio de Nikolai, el más antiguo de la ciudad donde habíamos leído que había lugares baratos para comer…y que no fueran en la calle ya que la temperatura había bajado considerablemente.

Barrio de Nikolai
En poco tiempo llegamos y  en un restaurante de la zona elegimos un buen codillo alemán. Pero, aunque el camarero me dijo que en pocos minutos estaría, cuando habían transcurrido 20 y pregunté que cuanto tiempo más de espera tenía, me dijo que 20 más. Serían alrededor de las 15,10h y yo tenía que estar en el museo del Pérgamo no más allá de las 16,00 horas. No tenía tiempo, así que cuando le dije que me tenía que ir mostró su enojo diciendo que eso era un restaurante, pero se calmó cuando le dije que el resto del grupo se quedaba y que únicamente era yo la que tenía que irse.

Catedral
Y allí los dejé, esperando para disfrutar de un codillo que luego me dijeron que estaba delicioso y por unos 11 euros más la bebida. Yo emprendí mi paseo hacia la Isla de los Museos dando vueltas ya que el acceso que parecía más directo estaba en obras. Cerca del río me cayó una intensa granizada y las manos casi se me congelan. Había una bonita luz que iluminaba la catedral, pero hacer fotos con ese frío era bastante difícil pero lo conseguí, aunque en la batalla con el aire perdí un paraguas de “emergencia” que llevaba en el bolso para estos momentos.  


Puerta de Ishtar
Y llegué al museo 15 minutos antes de las 16 con una cola de unos 50 metros. Así que toda chula, me dirigí a la entrada dispuesta a entrar, pero los celadores me detuvieron. Les dije que mi hora de entrada estaba a punto de finalizar y  ellos contestaron que como todos los de la cola. Perpleja y sin comprender como ésto no estaba calculado, regresé a la cola y esperé, no con cierta intranquilidad por si no había entendido bien. Busqué por la fila rumores de conversación en español para preguntar, pero no los encontré, así que volví a la puerta y les dije que no comprendía por qué si yo tenía hora tenía que esperar. Respondieron que con el frío la gente no había salido y que el museo tenía una capacidad, así que había que seguir esperando a que saliera gente.
Puerta del mercado de Mileto

Resignada recuperé mi sitio en la fila y una joven a la que pregunté algo en inglés, me dijo que si hablaba español –supongo que mi acento me delata-. Resultó ser una mejicana. La “pobre” estudiaba en Dublín y dedicaba los fines de semana a recorrer capitales o ciudades importantes de Europa, porque ahora la resultaba más barato que desde Méjico. Así había estado ya en Madrid y Barcelona y hoy…había perdido su avión de vuelta a Dublín por lo que había decidido dedicar la tarde a visitar este museo que no sabía qué contenía. Y desde luego no parecía nada entristecida por haber perdido su vuelo. Grandes contrastes de este mundo: unos con tanto y otros con tan poco o casi nada.
Altar de Pérgamo
Tras unos cuarenta y cinco minutos de espera accedimos a este espectacular museo que cuenta con varias construcciones impresionantes: la primera, la puerta de Ishtar del siglo VI a.C,  una parte de la Vía de las procesiones de Babilonia adornada con ladrillos azules decorados con figuras de animales. La segunda, la puerta del mercado romano de Mileto, erigida hacia el 120 d.C, de unos 17 metros de altura. La tercera es quizás la más impresionante del museo: el altar de Pérgamo, construido hace más de 2000 años para dar las gracias a los dioses y que fue desenterrado en la acrópolis de la ciudad griega de Pérgamo. En otra planta impresiona también la fachada de piedra del Palacio de Mashatta, en Jordania.
Casa de Alepo

Pero el museo alberga otros tesoros, como restos del friso de los arqueros  en ladrillo vidriado del Palacio de Dario  en el actual Irán, varios minrhab,  la cúpula de madera de la torre de las damas del palacio del Partal en la Alhambra, regalada por el Gobierno español a un banquero alemán a finales del XIX en agradecimiento por habernos donado  el palacio de Partal tras haberlo comprado dentro de una parcela de tierra dentro de la Alhambra que incluida edificios, calles y jardines. También destaca una sala de la casa de Alepo  revestida de madera policromada realizada en el más puro arte islámico para este comerciante cristiano. El museo en sí es espectacular y bien merece dedicarle un tiempo e incluso, hacer la cola que soportamos con un frío invernal. 
Friso de los Arqueros
Cuando dejé el museo cerca de las 18 horas la noche estaba ya cerrada sorprendiéndome de nuevo la silueta de la  Berliner Fernsehturn o torre de la televisión en la Alexander Platz que se dibujaba iluminada en la oscuridad.

La catedral estaba cercana y me dirigí a ella. Accedí a ella y permanecí en su interior durante un rato sentada en uno de sus bancos. Contemplé especialmente el órgano y unos sarcófagos, pero no me resultó de especial interés, así que la dejé para dirigirme al metro  y pese al frío y ser ya noche cerrada, me sorprendió que no faltaba gente por la calle. Ya me había aprendido el camino a casa y sabía que cerca de la puerta de Brandemburgo debía coger el autobús que me llevara al apartamento, así que  me dirigí hacia la Unter Den Liden donde encontré la librería que tres años atrás habíamos visitado y en cuyo interior se encuentra un coche de la vieja Alemania del Eeste. Compre algún recuerdo y tras tomar el autobús y  cansada, aunque menos que el sábado, llegué  al apartamento y me dispuse a preparar la cena y esperar a Raúl que no tardaría mucho llegar.

Compartimos la cena y a eso de las 22,30h nos  despedimos hasta la mañana siguiente, ya que él dijo sentirse más cómodo en su residencia que quedándose a pasar la noche conmigo, así que nos citamos en una estación de metro para ir a la mañana siguiente a visitar el Memorial Ruso al que me llevaría él.



Lunes 25, de noviembre

Noche plácida aunque he utilizado unos tapones que me ha dejado Raul y gracias, porque la relativa tranquilidad de las noches anteriores solo interrumpida por el ruido de las sirenas de los vehículos de emergencia que, por cierto, y dicho sea de paso, tienen un volumen mucho más alto que en España y con diferencia, resultando hasta molestos, no ha sido la de esta madrugada del lunes en la que el tráfico ha aumentado considerablemente. Al estar en un cruce de calles y estar acostumbrada al silencio,  lo habría notado más de no ser por estos tapones así que he dormido plácidamente y de un tirón hasta las 7 de la mañana y desde las 23.30horas.

Así me he levantado muy recuperada del sábado. El amanecer ha sido precioso y frio. Los tejados de la ciudad que se dominan perfectamente desde el apartamento estaban blancos con una gruesa capa blanca. Me desperezo y salgo a primera hora a comprar la cena de esta noche, unas ensaladas y un pescado, que ni sé qué es, ni cómo se cocina ya que está únicamente en alemán, algo de fruta,  embutido para mañana en el aeropuerto, así como un dulce para desayunar en una pastelería cercana que ha resultado delicioso, como casi toda la pastelería alemana y es que confieso mi debilidad por ella.

Me  encamino al encuentro de Raul en la estación de metro común para ir en dirección Sureste al memorial ruso que se encuentra en el Treptower Park, metro S- Treptower Park y Plänterwald.

Paseamos a través de este parque dejando el río a nuestra izquierda. El frío es intenso a estas horas de la mañana y yo voy forrada. Las orejeras se han convertido casi en una parte de mi anatomía y me sorprende lo que puede abrigar una cosa tan pequeña.

El lugar es grandioso, como todos los monumentos rusos construidos en aquella época. Enormes estatuas, grandes espacios,…todo muy grande y magnífico. Fue construido en 1949 por las fuerzas de ocupación soviéticas en la Segunda Guerra Mundial para honrar a los soldados del Ejército Rojo caídos en su lucha para derrotar a la Alemania nazi.  

Un ancho paseo da acceso a dos gigantescas estatuas  de bronce donde dos soldadosuno a cada lado, están arrodillados armados con una metralleta y con su casco en la mano.  A sus pies continua este gran paseo salvando un desnivel con escaleras que culmina en una enorme estatua de un soldado soviético que protege con la mano izquierda a una niña y con la derecha sostiene una espada que descansa sobre una esvástica nazi.  La escultura tiene 12 metros de altura y pesa 70 toneladas. La estatua está encima de un pabellón, que a su vez se encuentra en la cima de la colina.

El frío, intenso, no deja de acompañarnos mientras que paseamos por este lugar y, sinceramente, no invita mucho a permanecer en él así que iniciamos el regreso paseando por la orilla del río donde están atracadas numerosas barcazas de esas que en verano deben hacer recorridos para los turistas.


Ponemos  rumbo a la Gendarmenmarkt. Bonita
plaza, luminosa, alegre y elegante que tiene dos iglesias idénticas que se completan con una torre coronada por una cúpula y entre ellas, en el centro el  Konzerthaus Berlín, sede de la Orquesta Sinfónica de Berlín. La plaza está ahora cuajada de numerosos puestos navideños que si bien limitan la vista de todo el conjunto, la hacen más alegre y dinámica.  .  Además, los mercadillos son mi debilidad. Aquí se combina todo: artesanía, dulces, comida diversa, regalos…con un gusto exquisito. Los puestos, pese al frío, están llenos de gente que incluso
toman su comida aquí, al igual que vimos el día anterior en Potsdamer. 

Dimos un par de vueltas a esta plaza, compré algún que otro regalo, plano y pequeño que luego tenía que caber en la maleta, hasta que Raul comenzó a protestar –y con razón, porque tengo un vicio- para dejarme después guiar por Raul hacia  la cercana universidad de Humboldt  de principios del XIX donde en los dos últimos siglos han estudiado grandes intelectuales y científicos alemanes como Hegel,  Schopenhauer (quien no parecía simpatizar mucho con el género femenino al afirmar que eran “seres de pelo largo e inteligencia corta”)  y Kart Marx así como 29 premios Nobel. 

Y la encontramos en un espacio abierto y luminoso y a la puerta de una de sus facultades encontramos varios puestos de libros.

Desde aquí y cercana ya la hora de comer,  tomamos un autobús que en poco tiempo nos dejó en Alexanderplatz, centro del Berlín Oriental, desde donde nos dirigimos de nuevo al barrio de Nikolai, donde comieron ayer, para intentarlo  en el primer sitio al que entramos  ayer y que encontramos lleno.

La Alexanderplatz   fue testigo en 1989 de la manifestación que medio millón de personas hicieron contra el gobierno comunista. Cinco días después, el 9 de noviembre, el gobierno anunció la libertad para cruzar el Muro de Berlín.  Está también llena de puestos de navidad donde se mezclan, al igual que en todos, artesanía con comidas. Además, hay un pequeño parque de atracciones. Pero aquí la novedad estaba en una pista de hielo que habían puesto alrededor de la fuente de Neptuno. Gente moviéndose, mirando, comiendo, comprando, la suficiente para dar alegría pero sin agobiar nada.

 Atravesamos la plaza en dirección al barrio de Nikolay y dejando el “Ayuntamiento rojo” a nuestra izquierda, que aunque fue utilizado por el gobierno es llamado así por el color de su ladrillo,  hasta el restaurante donde hoy encontramos suficiente espacio. Sin dudarlo, pedimos un codillo al estilo berlinés que acompañamos con agua  y que nos sirvieron en escasos cinco minutos y del que disfrutamos los dos, aunque yo lo hice  más de la compañía de mi hijo, de su apetito y de su casi sempiterno silencio  roto alguna vez que otra comentando cosas sobre la comida, el lugar o sus estudios.

Nos acercamos juntos a la Berliner Fernsehturn  o torre de la televisión para curiosear y decidir si subiámos o no. Pero además de ser cara, teniámos que hacer cola así que decidimos separar nuestros caminos allí sin visitarla y Raul se fue a su clase de alemán en la universidad y yo  decidí sumergirme de nuevo en el mercadillo navideño de Alexanderplaz encontrando algún que otro presente navideño  para amigos.


Y desde aquí tomé el metro para dirigirme ahora al KaDeWecentro comercial recomendado por
alguien de la oficina de turismo además de por el propietario del apartamento. Pero si en principio había pensado regresar al apartamento y desde allí tomar el autobús, pensé que sería mejor hacerlo directamente  desde donde me encontraba y así lo hice llegando alrededor de las 15,30 h, anocheciendo ya (no conseguía acostumbrarme a esto). Me encontré en medio de amplias avenidas y a un lado se recortaba la silueta de la torre semiderruida Memorial Kaiser Wilhelm y de nuevo, circulo entre puestos de otro mercadillo navideño y me dirijo hasta esta torre. Nada más entrar recuperé de mi memoria el recuerdo de haber estado en ella dos años atrás, y la imagen de sus mosaicos policromados llena mis ojos. 

A la salida me adentro de nuevo en el mercadillo navideño. Éste era ya el tercero en el día de hoy y me llamó especialmente la atención la bonita estética de un puesto que vendía estrellas de papel de colores iluminadas y la oscuridad que iba cayendo resaltaba más aún su belleza.


La noche calló rápidamente y pregunté por el Europa Center que según mi libro tenía una “fuente que se movía”, pero resultó ser en realidad un curioso reloj de agua que no solo marcaba las horas, sino los minutos con agua coloreada. Además el centro disfrutaba de una bonita decoración navideña cuyo tema parecía ser los cuentos clásicos como Blanca nieves, Pinocho, el sastrecillo valiente, la reina de las nieves…y cuyas representaciones  que tomaban vida a través de muñecos mecanizados casi de tamaño natural hacían las delicias de grandes y pequeños. Y buscando los baños encontré un bonito y original restaurante “aterrazado” muy agradable.

Abandoné este centro comercial en busca del  recomendado: el KaDeWe (Kaufhaus des Westens). Me costó encontrarlo. Primero me perdí por una avenida paralela aunque tuve la gran suerte de darme con la coloreada y alegre puerta del
zoo, muy bonita y lugar también destacado para ver. 

Lo encontré en la Kurfürstendamm una  enorme avenida, más conocida entre los berlineses como Ku'damm y es la zona comercial más importante de Berlín  Después de dar una vuelta di con este elegante edificio de varias plantas que alberga productos de moda de distintas firmas comerciales, todas ellas muy prestigiosas. Al parecer son los mayores del continente europeo. Vaya!!! Había salido de los mercadillos para introducirme en ….no sabría como definirlo.






 






Paseé un poco abrumada por lo que me rodeaba y me detuve en unos zapatos. Les di la vuelta. ¡qué baratos! 600 euros…supongo que sería el par y no solo ese. Y debo ser muy vulgar, porque salí de allí como alma que lleva el diablo. No me siento cómoda, no me gustan estos sitios de lujo, de derroche, que brillan tanto y que me resultan tan artificiales y alejados de la realidad. Prefiero una y mil veces mis mercadillos…así que en cuanto vi lo que había…me fui y esta vez ya para el apartamento. 


Pero no encontré la parada del autobús que buscaba. Pregunté y nadie sabía o no me entendían, hasta que una señora que amablemente me preguntó si podía ayudarme en algo, me dijo que debía tomar primero el autobús pudiendo escoger entre dos líneas, bajarme en dos paradas y allí buscar el que me llevaría al apartamento. No sé si estaba cansada, o mareada, o saturada, pero aunque la entendía era incapaz de procesar la información. Mi nivel de inglés, supongo, sumado a mi cansancio, no me daba para más que ir paso a paso: en primer lugar tenía que traducir que tenía que tomar un autobús y los dos posibles números y cuando lo había traducido el segundo paso era
memorizarlo y cuando lo intentaba, estaba ya diciéndome dónde podía tomar el último autobús que buscaba…por supuesto no había conseguido traducir el número de paradas en que me tenía que bajar…y menos memorizarlo. En una palabra: no solo debía comprender, sino a la vez, memorizar y a esa velocidad, me resultó imposible. Ella debió intuirlo por mi cara así que me dijo que tomara el metro y me bajara en una o dos paradas, ahora no lo recuerdo.

Y allí decidí dejarme de florituras y dirigirme directamente a Postdamerplatz y de allí coger mi autobús, el que ya me conocía. Sin problema, pero cuando salí me desorienté. No sabía en qué calle  me encontraba. Me localicé. Perfecto. Siguiente punto, sentido del autobús…y aquí…me equivoqué. Me di cuenta cuando el autobús tomó una curva que no tenía almacenada en mi memoria. Algo iba mal así que….me baje justo en el memorial, crucé la calle y en poco tiempo vino ya el autobús correcto que me dejó a la puerta de casa alrededor de las 19,00 horas.

Me empecé a desnudar: guantes, gorro, bufanda, un jersey gordo, otro más, …madre mía!!, como una cebolla!  hasta que llegué al final… y a la ducha derecha y el termo, de reducida capacidad, me dio algún problema que otro a la hora de regular la temperatura.

Whasapee un poco y preparé la cena que compartiría con Raul quien llegó sobre las 20 horas. Después de cenar nos tumbamos en la cama a descansar escuchando música en silencio y disfrutando de la paz del momento y de nuestra mutua compañía. Pensaba en él. Cuando regresaba al apartamento en el autobús me preguntaba qué haría si me pasaba algo e inmediatamente apareció él. Pero enseguida me di cuenta de que tan solo dos meses atrás él había llegado tirando de un maletón y con una mochila a la espalda, sin saber ni donde iba a dormir esa noche y medio perdido por las, parece, que siempre eternas obras en el metro de Berlín. Duro, muy duro…

A las 22 h nos despedimos. Y ya…mañana me iba y no le vería. Se quedaba solo. ¿Quién le iba a cuidar? ¿Quién se iba a preocupar por él?. Me costó retener las lágrimas y ocultarlas con una sonrisa. Y es que soy muy llorona. Y él, sensible, lo percibió. La tristeza empezó a invadirme hasta que el sueño me derrotó.

Martes, 26 de noviembre.

Mañana tan fría como la anterior. Los tejados estaban blancos de hielo, pero no con una fina capa, ésta era bien consistente.

Con mucha tranquilidad desayuné y recogí todo el apartamento. Salí a comprar pan para prepararme un bocadillo ya que el avión salía a las 16,00 horas. Había cambiado varias veces de planes. Había pensado desde dejar la maleta a Bruno, el dueño del apartamento, e irme a pasear por el centro para recogerla a las 13 horas, hasta quedarme hasta esa hora, hasta lo que decidí la noche anterior: irme con maleta incluida a pasear por Kreuzberg. Me daba miedo dejar la maleta a Bruno y que luego al regresar no estuviera por cualquier motivo. 

Leí, escribí…y  alrededor de las 11,00 h Raul me envió un whatsap preguntándome que cuándo iba a salir. Le dije que sobre las 11,20 y respondió que se venía conmigo a dar este último paseo por Berlín. Genial. Decidimos encontrarnos en la salida del metro más cercana a lo que  íbamos a visitar, que era  el Riehmers Hofgarten, un conjunto de edificios del XIX cuyas fachadas neo-barrocas o renacentistas daban a unos jardines. Dimos con ellas sin problemas, junto a una iglesia, aunque hay que acceder a una especie de residencial interior……
y nos encontramos en medio de un conjunto de bonitas y tranquilos edificios de ladrillo rojo de estilo gótico. Aunque muy bonitas, éstas no eran el objeto de nuestra visita, pero sí las que estaban al lado, cuya fachada era blanca. Los edificios forman un conjunto donde algunas fachadas dan a dos grandes avenidas  la Großbeerenstraße y  la Yorckstraße y otras a unos jardines interiores. La verdad es que el sitio era encantador.
De aquí y como teníamos tiempo, nos dirigimos al Victoria Park, un laberíntico parque con  cascadas que ahora pintado de otoño estaba muy hermoso. Ascendimos hasta coronar la cima  de 66 m  donde está el "Monumento Nacional" del XIX y que conmemora las guerras de liberación contra Napoleón. Desde allí se disfruta de  unas bonitas vistas de la ciudad con la cúpula del Reistag y la  del Sony Center dibujándose a lo lejos. Las cascadas estaban cerradas porque se congelan en invierno así que iniciamos nuestro regreso al metro.

Al llegar Raul identificó un puesto de Kebat, “Mustafá” al parecer, el mejor de la ciudad y dicen algunos que el mejor del mundo. La cola no era muy larga, posiblemente 20 minutos. Eran tan solo las 13 horas.  Yo podía darme esos minutos y él igual antes de acudir a su clase, así que allí nos pusimos y los 20 minutos se convirtieron en 30, pero aún así llegábamos. Me apetecía mucho invitar a mi hijo en Berlín a un Kebat en el mejor sitio de la ciudad.

Cuando llego nuestro turno, nos envolvieron convenientemente nuestros kebats y nos introdujimos en la boca del metro. En la estación de Tempelhoff nos tuvimos que separar: yo con destino al aeropuerto y el a su clase…

Y todavía recuerdo sus ojos mirándome a través de los cristales de la ventana del vagón y como me seguían cuando me marché…Se me partió el alma. Algo dejé allí, en el andén de esa estación, y ahora, cuando redacto este relato, dos meses después, todavía recuerdo su mirada con absoluta claridad. Busqué rápidamente mis gafas de sol, y es que soy una llorona, aunque afortunadamente se me pasó.

Dirigiéndome al aeropuerto regalé mi billete: había comprado uno de 24 horas y tan solo había disfrutado de 4 así que lo ofrecí a un grupo de jóvenes que se estaban peleando con la máquina de expedirlos. Me miraron desconfiados pero cuando les dije que era gratis, el más rápido se lo llevó con un “thank you”· que no faltó.

Ya en la Terminal decidí pasar el control y comer dentro pero una  señorita me recordó que debería meter  bolso dentro de la maleta. Imposible que cupiera si no me comía antes lo que llevaba: un bocadillo, una manzana y una botella de agua, así que volví a salir y a sentarme junto a un grupo de jóvenes españoles a disfrutar de un delicioso kebat…de lujo ¡que cosa más buena! Lástima disfrutarlo en soledad, porque se merecía buena compañía y otro marco más apropiado o al menos, más agradable. Cuando el grupo de jóvenes españoles comenzó a disolverse le pedí a uno de ellos el favor de que se llevara mi bocadillo. No me lo podía comer y no quería tirarlo, así que el chico, obediente, se lo llevó. Supongo que me vería como a su madre…

Mientras que daba cuenta de mi kebat vi que en el control pedían que la gente metiera la maleta en una caja que media su volumen. Una joven tuvo que abrirla y comenzar a ponerse jerseis.  Al recordar el volúmen de la mía, temí que no entrara en esa “caja de la verdad”  así que me fijé en que uno de los jóvenes españoles no llevaba equipaje de mano y le pedí que se quedara conmigo por si le necesitaba, y él obediente y encantador, así lo hizo. Pero cuando entramos coincidí con un grupo  de gente, por lo que no me dijeron nada y pasé sin dificultad. Menos mal, porque la maleta iba tan “petada” que yo creo que no habría cabido. Luego, olvidé sacar mi móvil del bolsillo del pantalón por lo que al pasar por el arco de seguridad me delató así que les mostré el teléfono que pusieron en el escaner y resignadamente abrí mis brazos dispuesta a que me pasaran el detector por mi cuerpo, lo cual hizo una seria alemana diligentemente que no encontró nada.

Y a partir de aquí, poco que contar…escaleras para abajo, para arriba, que no eran mecánicas, lo que me resultó curioso porque si no todos, si la gran mayoría, tirábamos de nuestras maletas, hasta el pre-embarque, y luego ya el avión. Yo me había dado el capricho de pagar por mi asiento de ventanilla y sinceramente, mereció la pena. A la hora prevista el avión dejaba la Terminal coincidiendo con la puesta de sol para dirigirse rumbo al Sur. Y esta puesta de sol…duró 2 horas, hasta las 18 que entramos en territorio español. ¡que belleza! Pude ver paisajes nevados, nubes, más nubes, el Atlántico, ríos dibujando meandros, y el sol…iluminando con  su luz dorada….Muy hermoso.




Lo único más incomodo….no había podido ir al baño y en el avión los dos compañeros que tenía eran unos dormilones así que aguanté hasta que no tuve más remedio que pedirles disculpas por molestarles y salir. No eran muy simpáticos.


Cerca de las 18,30 estaba tomando tierra en Madrid-Barajas donde unos minutos después me recogió Angel.

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Museo del Pérgamo

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